“Mamá está cambiando… y pocos lo notan. Mamá está atravesando la menopausia.”
Mamá ya no descansa como antes.
Se despierta en la madrugada empapada de sudor, aunque afuera haga un frío que cala.
Lucha contra el insomnio, y aun así, carga con un agotamiento que le pesa hasta en el alma.
A veces tiembla. A veces arde.
Su corazón late de golpe, sin razón aparente.
Le duelen las articulaciones, los oídos le zumban,
le falta el aliento… y a veces hasta las palabras se le escapan.
Llora por cosas que antes no le afectaban.
Olvida fechas, nombres, tareas cotidianas.
Y eso la desespera… porque antes podía con todo.
Su piel ya no responde igual.
Su cabello se cae más de lo habitual.
Y hay días en los que no puede ni mirarse al espejo sin sentir que algo se le fue.
Algunos le dicen “dramática”, “intensa”, “hormonal”.
Pero no entienden que su cuerpo se está despidiendo de una etapa… y eso duele.
Ya no se siente valorada, ni comprendida.
Ni siquiera por quienes la rodean.
Porque en esta sociedad, la mujer parece valer solo si es joven, fértil y callada.
Pero mamá está alzando la voz…
no con palabras, sino con lo que su cuerpo refleja.
Con su mirada agotada, sus cambios de humor, su necesidad de silencio.
¿De verdad creen que ella elige sentirse así?
Mamá no está insoportable.
Mamá está evolucionando.
Está cruzando un puente invisible,
entre quien fue… y la mujer sabia que está por florecer.
Lo que más necesita no es crítica.
Es comprensión.